martes, 30 de abril de 2013

la densidad del suspiro

Mi oscuridad, la densidad de mi suspiro, la risa que aflora y hace cultivo sobre la cama, llámalo como quieras, pero te va a iluminar la noche. La noche de ojos cerrados y bocas que se abren lamiendo precipicios, la noche que se te arrastra por dentro dolorosa como un soldado que vuelve a casa, la noche avispero, la noche con su calma electrificada, invasora. Porque te gime la vida en el pecho, te ronronea el verso perfecto, el verso como una hemorragia de flores y alambre, ese verso, el que escupes a solas y jamás recuerdas, aquel que rescato cuando todo es crepúsculo. El verso que te rebosa, que te domina, que te devora, que te azota, que te vuelve mísero y sediento, que se hace de calles y velas rotas. Cuando cavamos zanjas que nos aislan de nosotros mismos, apuñalando la nada, dónde tienes la fuerza sino es en la boca. Dónde refugiarte sino es en tu hoja. Tu hoja como un árbol en mitad de la tormenta. Tu antiaéreo, madriguera, verbo. Vamos a esculpirnos una marea de versos ahí donde más duela. En el fondo del fondo, donde nadie mira, donde los buques hundidos son algo más que puro romanticismo, donde nadie se atreve, donde los cobardes no ven ni paisaje y nosotros sentimos hambre y emoción. Cuando la debilidad sea carne y quiera agotarme de amor, dame tu ángulo muerto que yo haré belleza de él. Dame tu vacío que lo colmaré con mi absenta y lo haré rimar con mi sangre y con lo que me violenta y me tienta, cosiendo minutos a los destellos, inventándote faros y más noches. Porque cuando tiras de mi pelo, tiras del paraíso. Porque cuando te asomas al verde de mi mirada es la calada del abismo. Porque reptamos hacia abajo aunque nadie lo entienda. Porque inventamos lenguas, idiomas, nunca espejismos. F.Lopez

lunes, 29 de abril de 2013

Cuento entero.

—¿Qué quieres, viejo?... Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos con su mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían —despojados de su secreto— cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos, y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda. Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y el peplo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se erguía en el traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había sentado, con el cayado apuntalándole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables. Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables y pechugonas. Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se desploblaron. Sólo quedaron escaleras de mano, preparando el salto del día siguiente. El aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepúsculo llegaba más pronto. Se vestía de sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios. Por primera vez las habitaciones dormirían sin persianas, abiertas sobre un paisaje de escombros. Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto descubrían su condición vegetal. Una enredadera aventuró sus tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por un aire de familia. Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco de puerta se erguía aún, en lo alto, con tablas de sombras suspendidas de sus bisagras desorientadas. II Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo gestos extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas. Los cuadrados de mármol, blancos y negros volaron a los pisos, vistiendo la tierra. Las piedras con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus hoyos, con rápida rotación. En los canteros muertos, levantadas por el esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa creció, traída nuevamente a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas. El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta principal, y comenzó a abrir ventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando encendió los velones, un estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los retratos de familia, y gentes vestidas de negro murmuraron en todas las galerías, al compás de cucharas movidas en jícaras de chocolate. Don Marcial, el Marqués de Capellanías, yacía en su lecho de muerte, el pecho acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas de cera derretida. III Los cirios crecieron lentamente, perdiendo sudores. Cuando recobraron su tamaño, los apagó la monja apartando una lumbre. Las mechas blanquearon, arrojando el pabilo. La casa se vació de visitantes y los carruajes partieron en la noche. Don Marcial pulsó un teclado invisible y abrió los ojos. Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos de medicina, las borlas de damasco, el escapulario de la cabecera, los daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas. Cuando el médico movió la cabeza con desconsuelo profesional, el enfermo se sintió mejor. Durmió algunas horas y despertó bajo la mirada negra y cejuda del Padre Anastasio. De franca, detallada, poblada de pecados, la confesión se hizo reticente, penosa, llena de escondrijos. ¿Y qué derecho tenía, en el fondo, aquel carmelita, a entrometerse en su vida? Don Marcial se encontró, de pronto, tirado en medio del aposento. Aligerado de un peso en las sienes, se levantó con sorprendente celeridad. La mujer desnuda que se desperezaba sobre el brocado del lecho buscó enaguas y corpiños, llevándose, poco después, sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en el coche cerrado, cubriendo tachuelas del asiento, había un sobre con monedas de oro. Don Marcial no se sentía bien. Al arreglarse la corbata frente a la luna de la consola se vio congestionado. Bajó al despacho donde lo esperaban hombres de justicia, abogados y escribientes, para disponer la venta pública de la casa. Todo había sido inútil. Sus pertenencias se irían a manos del mejor postor, al compás de martillo golpeando una tabla. Saludó y le dejaron solo. Pensaba en los misterios de la letra escrita, en esas hebras negras que se enlazan y desenlazan sobre anchas hojas afiligranadas de balanzas, enlazando y desenlazando compromisos, juramentos, alianzas, testimonios, declaraciones, apellidos, títulos, fechas, tierras, árboles y piedras; maraña de hilos, sacada del tintero, en que se enredaban las piernas del hombre, vedándole caminos desestimados por la Ley; cordón al cuello, que apretaban su sordina al percibir el sonido temible de las palabras en libertad. Su firma lo había traicionado, yendo a complicarse en nudo y enredos de legajos. Atado por ella, el hombre de carne se hacía hombre de papel. Era el amanecer. El reloj del comedor acababa de dar la seis de la tarde. IV Transcurrieron meses de luto, ensombrecidos por un remordimiento cada vez mayor. Al principio, la idea de traer una mujer a aquel aposento se le hacía casi razonable. Pero, poco a poco, las apetencias de un cuerpo nuevo fueron desplazadas por escrúpulos crecientes, que llegaron al flagelo. Cierta noche, Don Marcial se ensangrentó las carnes con una correa, sintiendo luego un deseo mayor, pero de corta duración. Fue entonces cuando la Marquesa volvió, una tarde, de su paseo a las orillas del Almendares. Los caballos de la calesa no traían en las crines más humedad que la del propio sudor. Pero, durante todo el resto del día, dispararon coces a las tablas de la cuadra, irritados, al parecer, por la inmovilidad de nubes bajas. Al crepúsculo, una tinaja llena de agua se rompió en el baño de la Marquesa. Luego, las lluvias de mayo rebosaron el estanque. Y aquella negra vieja, con tacha de cimarrona y palomas debajo de la cama, que andaba por el patio murmurando: «¡Desconfía de los ríos, niña; desconfía de lo verde que corre!» No había día en que el agua no revelara su presencia. Pero esa presencia acabó por no ser más que una jícara derramada sobre el vestido traído de París, al regreso del baile aniversario dado por el Capitán General de la Colonia. Reaparecieron muchos parientes. Volvieron muchos amigos. Ya brillaban, muy claras, las arañas del gran salón. Las grietas de la fachada se iban cerrando. El piano regresó al clavicordio. Las palmas perdían anillos. Las enredaderas saltaban la primera cornisa. Blanquearon las ojeras de la Ceres y los capiteles parecieron recién tallados. Más fogoso Marcial solía pasarse tardes enteras abrazando a la Marquesa. Borrábanse patas de gallina, ceños y papadas, y las carnes tornaban a su dureza. Un día, un olor de pintura fresca llenó la casa. V Los rubores eran sinceros. Cada noche se abrían un poco más las hojas de los biombos, las faldas caían en rincones menos alumbrados y eran nuevas barreras de encajes. Al fin la Marquesa sopló las lámparas. Sólo él habló en la obscuridad. Partieron para el ingenio, en gran tren de calesas—relumbrante de grupas alazanas, bocados de plata y charoles al sol. Pero, a la sombra de las flores de Pascua que enrojecían el soportal interior de la vivienda, advirtieron que se conocían apenas. Marcial autorizó danzas y tambores de Nación, para distraerse un poco en aquellos días olientes a perfumes de Colonia, baños de benjuí, cabelleras esparcidas, y sábanas sacadas de armarios que, al abrirse, dejaban caer sobre las lozas un mazo de vetiver. El vaho del guarapo giraba en la brisa con el toque de oración. Volando bajo, las auras anunciaban lluvias reticentes, cuyas primeras gotas, anchas y sonoras, eran sorbidas por tejas tan secas que tenían diapasón de cobre. Después de un amanecer alargado por un abrazo deslucido, aliviados de desconciertos y cerrada la herida, ambos regresaron a la ciudad. La Marquesa trocó su vestido de viaje por un traje de novia, y, como era costumbre, los esposos fueron a la iglesia para recobrar su libertad. Se devolvieron presentes a parientes y amigos, y, con revuelo de bronces y alardes de jaeces, cada cual tomó la calle de su morada. Marcial siguió visitando a María de las Mercedes por algún tiempo, hasta el día en que los anillos fueron llevados al taller del orfebre para ser desgrabados. Comenzaba, para Marcial, una vida nueva. En la casa de altas rejas, la Ceres fue sustituida por una Venus italiana, y los mascarones de la fuente adelantaron casi imperceptiblemente el relieve al ver todavía encendidas, pintada ya el alba, las luces de los velones. VI Una noche, después de mucho beber y marearse con tufos de tabaco frío, dejados por sus amigos, Marcial tuvo la sensación extraña de que los relojes de la casa daban las cinco, luego las cuatro y media, luego las cuatro, luego las tres y media... Era como la percepción remota de otras posibilidades. Como cuando se piensa, en enervamiento de vigilia, que puede andarse sobre el cielo raso con el piso por cielo raso, entre muebles firmemente asentados entre las vigas del techo. Fue una impresión fugaz, que no dejó la menor huella en su espíritu, poco llevado, ahora, a la meditación. Y hubo un gran sarao, en el salón de música, el día en que alcanzó la minoría de edad. Estaba alegre, al pensar que su firma había dejado de tener un valor legal, y que los registros y escribanías, con sus polillas, se borraban de su mundo. Llegaba al punto en que los tribunales dejan de ser temibles para quienes tienen una carne desestimada por los códigos. Luego de achisparse con vinos generosos, los jóvenes descolgaron de la pared una guitarra incrustada de nácar, un salterio y un serpentón. Alguien dio cuerda al reloj que tocaba la Tirolesa de las Vacas y la Balada de los Lagos de Escocia. Otro embocó un cuerno de caza que dormía, enroscado en su cobre, sobre los fieltros encarnados de la vitrina, al lado de la flauta traversera traída de Aranjuez. Marcial, que estaba requebrando atrevidamente a la de Campoflorido, su sumó al guirigay, buscando en el teclado, sobre bajos falsos, la melodía del Trípili-Trápala. Y subieron todos al desván, de pronto, recordando que allá, bajo vigas que iban recobrando el repello, se guardaban los trajes y libreas de la Casa de Capellanías. En entrepaños escarchados de alcanfor descansaban los vestidos de corte, un espadín de Embajador, varias guerreras emplastronadas, el manto de un Príncipe de la Iglesia, y largas casacas, con botones de damasco y difuminos de humedad en los pliegues. Matizáronse las penumbras con cintas de amaranto, miriñaques amarillos, túnicas marchitas y flores de terciopelo. Un traje de chispero con redecilla de borlas, nacido en una mascarada de carnaval, levantó aplausos. La de Campoflorido redondeó los hombros empolvados bajo un rebozo de color de carne criolla, que sirviera a cierta abuela, en noche de grandes decisiones familiares, para avivar los amansados fuegos de un rico Síndico de Clarisas. Disfrazados regresaron los jóvenes al salón de música. Tocado con un tricornio de regidor, Marcial pegó tres bastonazos en el piso, y se dio comienzo a la danza de la valse, que las madres hallaban terriblemente impropio de señoritas, con eso de dejarse enlazar por la cintura, recibiendo manos de hombre sobre las ballenas del corset que todas se habían hecho según el reciente patrón de «El Jardín de las Moodas». Las puertas se obscurecieron de fámulas, cuadrerizos, sirvientes, que venían de sus lejanas dependencias y de los entresuelos sofocantes para admirarse ante fiesta de tanto alboroto. Luego. se jugó a la gallina ciega y al escondite. Marcial, oculto con la de Campoflorido detrás de un biombo chino, le estampó un beso en la nuca, recibiendo en respuesta un pañuelo perfumado, cuyos encajes de Bruselas guardaban suaves tibiezas de escote. Y cuando las muchachas se alejaron en las luces del crepúsculo, hacia las atalayas y torreones que se pintaban en grisnegro sobre el mar, los mozos fueron a la Casa de Baile, donde tan sabrosamente se contoneaban las mulatas de grandes ajorcas, sin perder nunca—así fuera de movida una guaracha—sus zapatillas de alto tacón. Y como se estaba en carnavales, los del Cabildo Arará Tres Ojos levantaban un trueno de tambores tras de la pared medianera, en un patio sembrado de granados. Subidos en mesas y taburetes, Marcial y sus amigos alabaron el garbo de una negra de pasas entrecanas, que volvía a ser hermosa, casi deseable, cuando miraba por sobre el hombro, bailando con altivo mohín de reto. VII Las visitas de Don Abundio, notario y albacea de la familia, eran más frecuentes. Se sentaba gravemente a la cabecera de la cama de Marcial, dejando caer al suelo su bastón de ácana para despertarlo antes de tiempo. Al abrirse, los ojos tropezaban con una levita de alpaca, cubierta de caspa, cuyas mangas lustrosas recogían títulos y rentas. Al fin sólo quedó una pensión razonable, calculada para poner coto a toda locura. Fue entonces cuando Marcial quiso ingresar en el Real Seminario de San Carlos. Después de mediocres exámenes, frecuentó los claustros, comprendiendo cada vez menos las explicaciones de los dómines. El mundo de las ideas se iba despoblando. Lo que había sido, al principio, una ecuménica asamblea de peplos, jubones, golas y pelucas, controversistas y ergotantes, cobraba la inmovilidad de un museo de figuras de cera. Marcial se contentaba ahora con una exposición escolástica de los sistemas, aceptando por bueno lo que se dijera en cualquier texto. «León», «Avestruz», «Ballena», «Jaguar», leíase sobre los grabados en cobre de la Historia Natural. Del mismo modo, «Aristóteles», «Santo Tomás», «Bacon», «Descartes», encabezaban páginas negras, en que se catalogaban aburridamente las interpretaciones del universo, al margen de una capitular espesa. Poco a poco, Marcial dejó de estudiarlas, encontrándose librado de un gran peso. Su mente se hizo alegre y ligera, admitiendo tan sólo un concepto instintivo de las cosas. ¿Para qué pensar en el prisma, cuando la luz clara de invierno daba mayores detalles a las fortalezas del puerto? Una manzana que cae del árbol sólo es incitación para los dientes. Un pie en una bañadera no pasa de ser un pie en una bañadera. El día que abandonó el Seminario, olvidó los libros. El gnomon recobró su categorla de duende: el espectro fue sinónimo de fantasma; el octandro era bicho acorazado, con púas en el lomo. Varias veces, andando pronto, inquieto el corazón, había ido a visitar a las mujeres que cuchicheaban, detrás de puertas azules, al pie de las murallas. El recuerdo de la que llevaba zapatillas bordadas y hojas de albahaca en la oreja lo perseguía, en tardes de calor, como un dolor de muelas. Pero, un día, la cólera y las amenazas de un confesor le hicieron llorar de espanto. Cayó por última vez en las sábanas del infiemo, renunciando para siempre a sus rodeos por calles poco concurridas, a sus cobardías de última hora que le hacían regresar con rabia a su casa, luego de dejar a sus espaldas cierta acera rajada, señal, cuando andaba con la vista baja, de la media vuelta que debía darse por hollar el umbral de los perfumes. Ahora vivía su crisis mística, poblada de detentes, corderos pascuales, palomas de porcelana, Vírgenes de manto azul celeste, estrellas de papel dorado, Reyes Magos, ángeles con alas de cisne, el Asno, el Buey, y un terrible San Dionisio que se le aparecía en sueños, con un gran vacío entre los hombros y el andar vacilante de quien busca un objeto perdido. Tropezaba con la cama y Marcial despertaba sobresaltado, echando mano al rosario de cuentas sordas. Las mechas, en sus pocillos de aceite, daban luz triste a imágenes que recobraban su color primero. VIII Los muebles crecían. Se hacía más difícil sostener los antebrazos sobre el borde de la mesa del comedor. Los armarios de cornisas labradas ensanchaban el frontis. Alargando el torso, los moros de la escalera acercaban sus antorchas a los balaustres del rellano. Las butacas eran mas hondas y los sillones de mecedora tenían tendencia a irse para atrás. No había ya que doblar las piernas al recostarse en el fondo de la bañadera con anillas de mármol. Una mañana en que leía un libro licencioso, Marcial tuvo ganas, súbitamente, de jugar con los soldados de plomo que dormían en sus cajas de madera. Volvió a ocultar el tomo bajo la jofaina del lavabo, y abrió una gaveta sellada por las telarañas. La mesa de estudio era demasiado exigua para dar cabida a tanta gente. Por ello, Marcial se sentó en el piso. Dispuso los granaderos por filas de ocho. Luego, los oficiales a caballo, rodeando al abanderado. Detrás, los artilleros, con sus cañones, escobillones y botafuegos. Cerrando la marcha, pífanos y timbales, con escolta de redoblantes. Los morteros estaban dotados de un resorte que permitía lanzar bolas de vidrio a más de un metro de distancia. —¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!... Caían caballos, caían abanderados, caían tambores. Hubo de ser llamado tres veces por el negro Eligio, para decidirse a lavarse las manos y bajar al comedor. Desde ese día, Marcial conservó el hábito de sentarse en el enlosado. Cuando percibió las ventajas de esa costumbre, se sorprendió por no haberlo pensando antes. Afectas al terciopelo de los cojines, las personas mayores sudan demasiado. Algunas huelen a notario—como Don Abundio—por no conocer, con el cuerpo echado, la frialdad del mármol en todo tiempo. Sólo desde el suelo pueden abarcarse totalmente los ángulos y perspectivas de una habitación. Hay bellezas de la madera, misteriosos caminos de insectos, rincones de sombra, que se ignoran a altura de hombre. Cuando llovía, Marcial se ocultaba debajo del clavicordio. Cada trueno hacía temblar la caja de resonancia, poniendo todas las notas a cantar. Del cielo caían los rayos para construir aquella bóveda de calderones-órgano, pinar al viento, mandolina de grillos. IX Aquella mañana lo encerraron en su cuarto. Oyó murmullos en toda la casa y el almuerzo que le sirvieron fue demasiado suculento para un día de semana. Había seis pasteles de la confitería de la Alameda—cuando sólo dos podían comerse, los domingos, despues de misa. Se entretuvo mirando estampas de viaje, hasta que el abejeo creciente, entrando por debajo de las puertas, le hizo mirar entre persianas. Llegaban hombres vestidos de negro, portando una caja con agarraderas de bronce. Tuvo ganas de llorar, pero en ese momento apareció el calesero Melchor, luciendo sonrisa de dientes en lo alto de sus botas sonoras. Comenzaron a jugar al ajedrez. Melchor era caballo. Él, era Rey. Tomando las losas del piso por tablero, podía avanzar de una en una, mientras Melchor debía saltar una de frente y dos de lado, o viceversa. El juego se prolongó hasta más allá del crepúsculo, cuando pasaron los Bomberos del Comercio. Al levantarse, fue a besar la mano de su padre que yacía en su cama de enfermo. El Marqués se sentía mejor, y habló a su hijo con el empaque y los ejemplos usuales. Los «Sí, padre» y los «No, padre», se encajaban entre cuenta y cuenta del rosario de preguntas, como las respuestas del ayudante en una misa. Marcial respetaba al Marqués, pero era por razones que nadie hubiera acertado a suponer. Lo respetaba porque era de elevada estatura y salla, en noches de baile, con el pecho rutilante de condecoraciones: porque le envidiaba el sable y los entorchados de oficial de milicias; porque, en Pascuas, había comido un pavo entero, relleno de almendras y pasas, ganando una apuesta; porque, cierta vez, sin duda con el ánimo de azotarla, agarró a una de las mulatas que barrían la rotonda, llevándola en brazos a su habitación. Marcial, oculto detrás de una cortina, la vio salir poco después, llorosa y desabrochada, alegrándose del castigo, pues era la que siempre vaciaba las fuentes de compota devueltas a la alacena. El padre era un ser terrible y magnánimo al que debla amarse después de Dios. Para Marcial era más Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefería el Dios del cielo, porque fastidiaba menos. X Cuando los muebles crecieron un poco más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de las camas, armarios y vargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no tenía encanto fuera de la presencia del calesero Melchor. Ni Dios, ni su padre, ni el obispo dorado de las procesiones del Corpus, eran tan importantes como Melchor. Melchor venía de muy lejos. Era nieto de príncipes vencidos. En su reino había elefantes, hipopótamos, tigres y jirafas. Ahí los hombres no trabajaban, como Don Abundio, en habitaciones obscuras, llenas de legajos. Vivían de ser más astutos que los animales. Uno de ellos sacó el gran cocodrilo del lago azul, ensartándolo con una pica oculta en los cuerpos apretados de doce ocas asadas. Melchor sabía canciones fáciles de aprender, porque las palabras no tenían significado y se repetían mucho. Robaba dulces en las cocinas; se escapaba, de noche, por la puerta de los cuadrerizos, y, cierta vez, había apedreado a los de la guardia civil, desapareciendo luego en las sombras de la calle de la Amargura. En días de lluvia, sus botas se ponían a secar junto al fogón de la cocina. Marcial hubiese querido tener pies que llenaran tales botas. La derecha se llamaba Calambín. La izquierda, Calambán. Aquel hombre que dominaba los caballos cerreros con sólo encajarles dos dedos en los belfos; aquel señor de terciopelos y espuelas, que lucía chisteras tan altas, sabía también lo fresco que era un suelo de mármol en verano, y ocultaba debajo de los muebles una fruta o un pastel arrebatados a las bandejas destinadas al Gran Salón. Marcial y Melchor tenían en común un depósito secreto de grageas y almendras, que llamaban el «Urí, urí, urá», con entendidas carcajadas. Ambos habían explorado la casa de arriba abajo, siendo los únicos en saber que existía un pequeño sótano lleno de frascos holandeses, debajo de las cuadras, y que en desván inútil, encima de los cuartos de criadas, doce mariposas polvorientas acababan de perder las alas en caja de cristales rotos. XI Cuando Marcial adquirió el habito de romper cosas, olvidó a Melchor para acercarse a los perros. Había varios en la casa. El atigrado grande; el podenco que arrastraba las tetas; el galgo, demasiado viejo para jugar; el lanudo que los demás perseguían en épocas determinadas, y que las camareras tenían que encerrar. Marcial prefería a Canelo porque sacaba zapatos de las habitaciones y desenterraba los rosales del patio. Siempre negro de carbón o cubierto de tierra roja, devoraba la comida de los demás, chillaba sin motivo y ocultaba huesos robados al pie de la fuente. De vez en cuando, también, vaciaba un huevo acabado de poner, arrojando la gallina al aire con brusco palancazo del hocico. Todos daban de patadas al Canelo. Pero Marcial se enfermaba cuando se lo llevaban. Y el perro volvía triunfante, moviendo la cola, después de haber sido abandonado más allá de la Casa de Beneficencia, recobrando un puesto que los demás, con sus habilidades en la caza o desvelos en la guardia, nunca ocuparían. Canelo y Marcial orinaban juntos. A veces escogían la alfombra persa del salón, para dibujar en su lana formas de nubes pardas que se ensanchaban lentamente. Eso costaba castigo de cintarazos. Pero los cintarazos no dolían tanto como creían las personas mayores. Resultaban, en cambio, pretexto admirable para armar concertantes de aullidos, y provocar la compasión de los vecinos. Cuando la bizca del tejadillo calificaba a su padre de «bárbaro», Marcial miraba a Canelo, riendo con los ojos Lloraban un poco más, para ganarse un bizcocho y todo quedaba olvidado. Ambos comían tierra, se revolcaban al sol, bebían en la fuente de los peces, buscaban sombra y perfume al pie de las albahacas. En horas de calor, los canteros húmedos se llenaban de gente. Ahí estaba la gansa gris, con bolsa colgante entre las patas zambas; el gallo viejo de culo pelado; la lagartija que decía «urí, urá», sacándose del cuello una corbata rosada; el triste jubo nacido en ciudad sin hembras; el ratón que tapiaba su agujero con una semilla de carey. Un día señalaron el perro a Marcial. —¡Guau, guau! —dijo. Hablaba su propio idioma. Había logrado la suprema libertad. Ya quería alcanzar, con sus manos objetos que estaban fuera del alcance de sus manos. XII Hambre, sed, calor, dolor, frío. Apenas Marcial redujo su percepción a la de estas realidades esenciales, renunció a la luz que ya le era accesoiria. Ignoraba su nombre. Retirado el bautismo, con su sal desagradable, no quiso ya el olfato, ni el oído, ni siquiera la vista. Sus manos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y táctil. El universo le entraba por todos los poros. Entonces cerró los ojos que sólo divisaban gigantes nebulosos y penetró en un cuerpo caliente, húmedo, lleno de tinieblas, que moría. El cuerpo, al sentirlo arrebozado con su propia sustancia, resbaló hacia la vida. Pero ahora el tiempo corrió más pronto, adelgazando sus últimas horas. Los minutos sonaban a glissando de naipes bajo el pulgar de un jugador. Las aves volvieron al huevo en torbellino de plumas. Los peces cuajaron la hueva, dejando una nevada de escamas en el fondo del estanque. Las palmas doblaron las pencas, desapareciendo en la tierra como abanicos cerrados. Los tallos sorbían sus hojas y el suelo tiraba de todo lo que le perteneciera. El trueno retumbaba en los corredores. Crecían pelos en la gamuza de los guantes. Las mantas de lana se destejían, redondeando el vellón de carneros distantes. Los armarios, los vargueños, las camas, los crucifijos, las mesas, las persianas, salieron volando en la noche, buscando sus antiguas raíces al pie de las selvas. Todo lo que tuviera clavos se desmoronaba. Un bergantín, anclado no se sabía dónde, llevó presurosamente a Italia los mármoles del piso y de la fuente. Las panoplias, los herrajes, las llaves, las cazuelas de cobre, los bocados de las cuadras, se derretían, engrosando un río de metal que galerías sin techo canalizaban hacia la tierra. Todo se metamorfoseaba, regresando a la condición primera. El barro, volvió al barro, dejando un yermo en lugar de la casa. XIII Cuando los obreros vinieron con el día para proseguir la demolición, encontraron el trabajo acabado. Alguien se había llevado la estatua de Ceres, vendida la víspera a un anticuario. Después de quejarse al Sindicato, los hombres fueron a sentarse en los bancos de un parque municipal. Uno recordó entonces la historia, muy difuminada, de una Marquesa de Capellanías, ahogada, en tarde de mayo, entre las malangas del Almendares. Pero nadie prestaba atención al relato, porque el sol viajaba de oriente a occidente, y las horas que crecen a la derecha de los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son las que más seguramente llevan a la muerte. F.Lopez
Las palabras lo son todo al menos para mí. Son una forma de sacar el lastre del alma. La manera de acariciar cuando no se puede por la distancia. De dar un abrazo, o de consolar a un amigo. Las palabras son amor y son un arma. son un camino,un destino, e incluso una añoranza. palabras con las que decirte te amo y lo que me gustan tus palabras. F.Lopez
En tus manos cuelga mi fantasía, donde tu sonrisa es invitación a un viaje libido donde deposito la ilusión de tu cuerpo entrelazado a mi alma en la cama de la perdición. ¡Que se detenga el tiempo! que no hay segundos para pensar... La ropa desaparece y quedas vulnerable ante mi, ante mi deseo extasiado por dominar tus caderas enardecidas; de tus glúteos apoderarme con mis manos y guiarte al infinito de mi ser; toma con tu boca mi piel, tierna flor de primavera, que quiero vencer al tiempo, a la disputa del amor y lo correcto, que sólo hay una vida y la mía se pierde en tu cuerpo. F.Lopez

sábado, 6 de abril de 2013

SIN MIEDO...........

No Tengas Miedo Acabare, con tus miedos con mis besos, con mis caricias, explorare con mis manos tu cuerpo mientras mis labios te seducen besare tu cuello, tus pechos, tu sexo, hasta hacerte mia. Te despojare, de tus néctares te llenare de deseos beberé de ti seras mia amare tu alma llenare tu ser acabare con tus miedos en la primera noche de amor te llavare al extasis de la pasión. Nuestras sabanas con olor a ti, quiero sentirte darte caricias atrevidas que tiemble toda tu piel que hasta los poros de tu piel ansien tenerme que tus caricias tus besos quemen mi ser que nuestros cuerpos se unan y nuestro sudor se mezcle. Quiero tenerte desnuda entre mis piernas y gozar del sudor de tu cuerpo recorrer cada poro de tu piel hasta estremecerte. Con tus manos guías mis labios, tu boca, mi miembro. Dejando saber tu deseo atrapándome para que beba de ti los placeres infinitos que emanan de ti. Déjame saborearte, quiero beber de ti, quiero alborotar tu alma que necesites mi cuerpo para vivir asi como yo necesito tu alma y tu ser. D.Lope
Deseo Ardiente Sintiendo vibrar tu piel me estremezco delinear tu cuerpo con mis besos y sentir tus movimientos en mi al ritmo de la pasión. Te llevare a mi placer llegare a ti, te desnudare con ansias para sentir tu piel vibrar con mis labios tocare tu intimidad la sentiré vibrar. La liberare, con mis besos, con mis caricias, lentamente la haré estremecer, en tu piel desnudo mis labios recorrerán y disfrutaran tu desnudez llegando a tu placer y haciendo desbordar tus néctares. Mientras jugando en tu cuerpo acariciando nuestro ser y juntos alcanzamos la intensidad y sucumbimos en el placer de los dos. Derramándome en ti y tu en mi . Mezclar tu olor al mio deseo enredarte entre mis piernas tenerte envuelto de placer. Deseo tu cuerpo para que se hunda en el mio que mis labios se pierdan en tus néctares mientras los tuyos en mis mieles se deleitan bebiendo lo que de tu cuerpo emanas. Es ardiente deseo lo que yo por ti siento deseo penetrarte tan hondo que llenes de lujuria mi cuerpo. Y quedes entrelazada a mi. D.Lope
Deseo Ardiente Sintiendo vibrar tu piel me estremezco delinear tu cuerpo con mis besos y sentir tus movimientos en mi al ritmo de la pasión. Te llevare a mi placer llegare a ti, te desnudare con ansias para sentir tu piel vibrar con mis labios tocare tu intimidad la sentiré vibrar. La liberare, con mis besos, con mis caricias, lentamente la haré estremecer, en tu piel desnudo mis labios recorrerán y disfrutaran tu desnudez llegando a tu placer y haciendo desbordar tus néctares. Mientras jugando en tu cuerpo acariciando nuestro ser y juntos alcanzamos la intensidad y sucumbimos en el placer de los dos. Derramándome en ti y tu en mi . Mezclar tu olor al mio deseo enredarte entre mis piernas tenerte envuelto de placer. Deseo tu cuerpo para que se hunda en el mio que mis labios se pierdan en tus néctares mientras los tuyos en mis mieles se deleitan bebiendo lo que de tu cuerpo emanas. Es ardiente deseo lo que yo por ti siento deseo penetrarte tan hondo que llenes de lujuria mi cuerpo. Y quedes entrelazada a mi. D.Lope

Donde estas?????????

Donde estabas cuando la gelida tarde calaba hondo en mis huesos, y el nefasto silencio se apoderaba del crudo invierno mientras yo te esperaba. Donde estabas cuando la peligrosa desolacion de la madrugada, me mostraba amores ficticios, con amargos sabores que llenan espacios vacios de noches solitarias. Donde estabas cuando totalmente embriagado por el vicio de la soledad, alucinaba abrazos divagando en mi inconsiencia, y la ferviente lucha por imponer mis caprichos al destino, que una vez mas se interpuso en mi camino, dejando sin chances al amor que una vez sentimos. Donde estabas cuando mi corazon enloquecido choco con la paradojica realidad, y mis manos transpiraban ausencia de caricias que las horas despiadadas como filosos cuchillos llegaban a mis entrañas, mientras yo te esperaba, mi mente y mis ojos esculpian tu figura en cada rincon de nuestra morada. Donde estabas cuando la tenue luz de la mañana veia mi cama vacia, y el sueño mas hermoso terminaba. Donde estabas cuando miraba de reojo mi sombra creyendo que me acompañabas, y maquillaba mi alma con sonrisas inventadas. Donde estabas cuando el viento secaba una y otra vez mis lagrimas, y el martirio de lo intangible vestia de luto mis ganas. Nada hacia suponer que te iba a volver a ver, cuando mi amor por vos se debilitaba, ya lo peor habia pasado, donde estabas amor mio cuando te necesitaba.

Locas neuronas

Neuronas maniatadas, y su mente se derrumba al rugir de los escombros en telúricas turbulencias. Abruman la pared craneana bisagra a la realidad, y demagógicas se contonean en un río maldito de incongruencias. Sacuden amenazantes despojos de eximia coherencia, que desvarian moribundos sin clemencia. Con osadia se acercan al borde del delirio perpetrado en la canibalesca sombra de la locura. Pululan fanáticas y crueles en propósito ferviente de chantajear esa mente castigada e impotente. Brego por el norte de tu cuerpo donde un mentado resquicio de cordura se alza como un férreo vástago erguido en el duro fragor de la locura. D.Lope

Que si te amo me preguntastes

Mis palabras le piden refugio a tus ojos que hablan el lenguaje magico del amor, gritos que se transforman en susurros, ambigua manera de expresar lo que hay en el alma escondido, que llega suave a deleitar mis oidos. Tu piel se anima a suaves e interminables caricias, como el estribillo de una cancion que nunca termina. Esta relacion de pasion, que hizo desaparecer el mundo y se transformo en amor, logro sacar bajo fianza mi desesperanza, y alcanzar la libertad cada vez que estoy con vos. Y en la madrugada fria, donde no hay reparo, y el sol no ha salido, quedaron al descubierto nuestros cuerpos, de esto no planeado que los dos vivimos. Este amor es como el sol escondido en el mar, que por las mañanas se trepa al cielo, y por las tardes va escapandose de las nubes buscando el horizonte para descansar. Este amor que viajo a tierras lejanas y nunca tuvo miedo, vivio en la distancia siempre custodiado por el padre cielo. Lo nuestro nunca fue en vano, porque el amor y la pasion siempre fueron de la mano. Y cuando la pasividad se adueño de nuestros cuerpos, despues de haber perdido la nocion del tiempo recorriendo con mis manos tu templo perfecto, la pasion descansa en un rato de calma dejando fluir otros sentimientos. Se escucha un te amo en este idilio soñado, de esa composicion maestra de dos seres que se aman. LLeno de jubilo te doy la bienvenida, yo se que sos la mujer de mi vida, y desde lo mas profundo de mi alma a vos me dirijo, yo quiero que seas la madre de mis hijos. D.Lope

Cadenas rotas

Que no se caigan tus petalos flor de pena resiste engalana praderas deja que tu polen sea miel de sonrisas de amores no seas garra aprensiva antiguas huellas no dejes que a tu arco lo cubra la niebla no mueras de tristeza en vano siempre el tiempo triste sera largo y la alegria cabrá en tus manos. ¿cuántas caricias necesitara tu cielo para darme los soles de tu sonrisa? no se si debo pero tus ojos me hechizan no se si puedo pero tu motor es vida el viento mas fuerte o mas suave ¿sera que mi norte cambia y no lo siento? ¿sera que suave son tus sonrisas y fuerte son tus lamentos? Y aunque con eufemismos las miserias humanas siempre son palos en la rueda no hay arraigos no hay sentimiento que no muera no perdura la paciencia vuela porque las raíces están en la tierra vive y reina no hay palabras de labios mágicos que no salgan de tu boca no hay silencio en la palabra muda de llanto atragantádo que no entiendas. La noche tiembla en abrigos de piel de soledad una palabra camina en la cornisa esa que en su lecho dormía que busca horizontes que une tu norte y mi norte esa palabra se escribe libertad. D.Lope

Bienvenido amor a este pobre y vacío corazón

Sensible la esperanza inquieta que se agita con la bonanza de tus palabras. De tu humilde calma sale una danza de alaridos que embarcan a mi corazon hacia tierras placidas. Pendientes limpidas hacen deslizar velozmente mi alma encandilada. Ensayo antiguos canones de conquista, despliego la habilidad de un guerrero para eludir tus indecifrables dudas, que no tardan en tocar a mi puerta. Te entretengo en el coloquio, y nuestras palabras te distraen mientras yo te miro, y pienso que no toco el suelo. Atisbos de ruegos que se compaginan con la bella melodia, que me acompaña en este camino de soñar distinto. Entumesidos mis ojos segregan literalmente amalgamadas huestes de jubilo, que se empecinan en autentificar la reafirmacion del amor naciente. D.Lope

Mi nada

Me busco y no encuentro solo una mirada una palabra nada de magia ¿Donde estan los pájaros que abrazan la vida con sus alas? solo hay rimas de un verso que lastima solo un mendigo ante reacias miradas solo entretelones de bruma cubriendo la nada. Me busco y no encuentro solo tristeza guardada me pongo el pijama de los sueños muertos ocupo silencios de noches vacias que se eternizaron en mi cama solo heridas sangradas de una garra filosa de alguna tarde tramposa donde mis manos atadas no sirvieron para nada. Me busco y no encuentro solo alientos de resaca y cadaveres de botellas destapadas que duro el tiempo mis pies cimentados ya no serán huellas de ningun camino esperanzado solo deudas de palabra que te va a cobrar la noche te jugaste hasta la ropa en una mesa de poker. Me busco y no encuentro solo un anima el cielo diáfano fue tormenta el demonio te tomo la mano que parecio ser franca pero fuiste prisionero de guerra de una sangrienta batalla la noche te colgo dos ojeras y en tu piel se vio reflejado un fantasma. Me busco y no encuentro solo distancia sentado en un cafe aquel amor fue cigarro te acompaño a la vereda hasta fue contigo al baño y dejo tus pulmones en estado lapidario solapa mojada por el whisky derramado una boca cansada que no puede calmar la sed y una neurona acabada no penso en la madrugada en tu vida maltratada a punto de perecer que final para el libro de tu vida se acabo la tinta ya no queda nada. D.Lope

Escúchame DIOS !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Imploro a dios que tu avasallante forma de quererme, y la suspicacia de tus demostraciones, puedan sortear siempre los oscuros baches de mis emociones, que son como el fino hielo de la escarcha a la mañana, que se desarma con los primeros rayos de sol en el alba temprana. Imploro a dios que en las acogedoras paredes de tu pecho inmenso, acaricies la simpleza de mi amor, con la dulce sinfonia de los latidos tiernos de tu corazon, que sabe que vivo para amarte, y desde mi mas pura escencia, despejo todos los interrongantes sobre mi existencia. Imploro a dios que la tortura implicita que el tiempo imprime en los atardeceres que tu ausecia duele, escuche tu voz y llene el vacio hasta volver a verte. Imploro a dios para no convertirme en un paramo perdido en el desierto de tu olvido, y no mojar tus alas en el espejismo de mi necedad, para que volemos juntos siempre respetando nuestra libertad. Imploro a dios para que en el ultimo minuto de nuestra terrenal existencia, sellemos con un te amo nuestro pasaje a la eternidad.

Como pan para el ambriento, como agua para el sediento

Fue pan de paz en el hambre de tus sueños y sollozo en la palabra del vocablo mudo de tu piel ardiendo. Fue camino en la espesura del bosque en la resurrección de tus miedos y sudor de tierra pegada al calor de los vientos. Fue oración en tu ruego y canto de abrir silencios fue la pasión de una noche y el misterio en tu secreto. Fue camino en la garganta y elevó tu grito al cielo fue la holgada transparencia de un pacto de amor sincero. D.Lope

La esencia de tu piel amada mia

Piel embaucadora ríspida agresora de mis deseos me perepetúa me aísla me nombra cuando estoy lejos acaricia la perspectiva de mis oidos buscándome incansable distante pero distinta porque se lleva mis manos las encarcela las provoca las atrapa con su lenguaje suave de almíbar sediento lánguido lamento en el desierto misterioso de una piel sin tiempo sin espacio para otras manos solo las mías las que llevaron al cielo la emoción de tus susurros las imborrables huellas en tus pechos los soñadores bordes de tu cintura las inmortales antorchas encendidas de tu fuego. Cada poro respira tu aliento cada remoto espacio grabado en su memoria recuerda tus besos cada nido donde duermen tus caricias se hizo debajo de mis ropas. El fuego en la alabanza de un grito huyó de los silencios se hizo carne en el marfíl de tus huesos como poesía que no derrocha versos como la nieve derritiéndose en los jardines verdes despues del invierno tu piel y mi piel no descansan solo se llaman. D.Lope

Me escribeme

Deslúmbrame desmenúzame aíslame rompe los estratos de mi prolija armonía quiéreme más más que yo a ti quita las amarras de mi alma que gotea la dulce miel de tu aliento. Suéltame resúrgeme abrígame sin miedo demuéstrame que tu amor no es veneno de serpientes que es clamor de gloria que es lucha de combatientes secuéstrame encadéname a la suave comezón que en tus caprichos se anuncia ensálzame con el jugo rojo del cerezo de tu sangre. Porque si no me caigo en el abismo me hundo en la inconstancia del poeta me rebalso como los sueños en un millar de siestas. Es que mi roca es el fondo de tu río me pasas por encima cristalina torrentosa me inundas con tu memoria es que no hay secretos eres mi magia el prólogo y el final de mi historia. Píntame al óleo tus caricias con el acrílico espesor de tus manos cauteriza mis heridas mar de sales con las curiosas formas que te da la brisa devuélvele la calma a mis males brisa dormida ve a pensar otro día devuélveles la paz así se queda con mi vida así me entrego sumiso loco perdido en tu tórrida mirada. No soy hueso muerto en la tierra soy carne esperando que tu sangre grite por la mía soy el ronquido inaudible de tus sueños soy la obra de Vivaldi perdida. Curiosa clase de mujer reflejo divino anónimo y enmascarado te espero para que me reconozcas entre miles de destinos súbeme a tu espacio en la literatura dulce de versos gastados escríbeme de nuevo escribe en mis capítulos tu vida.

Sigue soñando q es gratis

No sueñes tributo callado del solar en el poniente ocre tiznado de barro te apagas te miras dormida en medio de tu sueño que se termina que no quiere verte que se fue a jugar a la soledad con la luna que se mudó a una musa diferente. Corceles negros buscando un desvelo que se resiste a tu sueño que una vez fue mío que soñó conmigo que fue nuestro que pareció eterno. Silencio en el borde del río musgo en el barro orillas de sueños aban D.Lopedonados frío hielo de escarchas y el miedo corriendo por tus venas pero mis caricias no repiten estrofas. En el ombligo de la noche la justa medida de un jugoso sueño después de la vigilia después del tormento soldado pacífico testigo sereno mutilando recuerdos y no quiero creer y no quiero volver porque los sueños que terminan no vuelven los sueños que terminan se mueren.

Sonidos del silencio

Los sonidos del silencio no son más que pétalos caidos de flores marchitadas son angeles quemándose en el fuego son las formas de tu cuerpo son sables gastados en las batallas. Se miran al espejo no hablan solo se callan lanzan dardos con la mirada cuando cae de madura la palabra que se hizo historia de amor que fue magia. Los silencios no huyeron en una palabra desperdiciada se quedaron quietos no hirieron en vano se resistieron a la verborragia de una lengua suelta feróz despiadada fueron trapo mojado en el castigo implacable de no mediar palabra de no querer verte de evitarte de que no hay nada o hay todo. Los silencios de tus ojos mintiendo la timidez de tu palabra que no se anima que prefiere guardarse que se aviva muy dentro pero choca con tu paladar cerrado con tus dientes apretados de terror a expresar el miedo a desnudar el alma. Silencio en las noches amordazando secretos ocultando miserias que cuentan hasta diez antes de desatar una guerra en la agilidad de tus ropas para salir de tu cuerpo para dejarme mudo sin aliento para detener el tiempo y hacerme transpirar en las heladas noches de invierno. El silencio de los inocentes de los que cayeron por la patria el grito de gol en la tribuna contraria la paz de tu sonrisa descansando en mi mirada el acogedor fuego del hogar de tu cabaña se amontonan por miles hasta el desahogo y a veces se van a la tumba sin decir nada. El silencio del hambre de la violencia de la nostalgia el que se gesta en mis entrañas de tristeza de depresion de desesperanza. los silencios se refugian detrás de la montaña callan pueblos avasallan las noches silencio de amor que me puede me desborda que no precisa hablar no es palabra pero se sabe sentimiento hambre de ti complotado con la luna le pidieron al sol que no salga y me deje amarte callados en calma porque los sonidos de mi silencio te aman. D.Lope
El amor bailotea en la nación oculta de un sin nombre en la ignorancia de querer buscarlo a veces agoniza a veces va donde lo llevan donde lo cuiden a veces duele y otras veces se muere. Verdemar viento talisman que lloró gozos y sombras que se pudrió en la estancada gloria de saberse amado que no sobrevivió a la desidia que se murió en la puerta de una nueva historia. Cuéntame un cuento plagado de amores que no terminan baja un dia por los abriles gastados de mis carillas vacias resurge deja que mis sombras se perfumen con los acentos y las comas de su ortografia quiero verte salir en emboscada de sus ojos y orillar la temperatura cálida de mis amaneceres. Cristal de roca pasta acaramelada de la piedad de mis manos demasiada para no tocarte para no verte enjaulada en la mirada de mis portales ensimismada con el aleteo del colibrí con la línea imaginaria de mi frontera con la magia. Desde cuándo te derretís como lava en el resurgir de mis ilusiones desde cuándo robás la melodia de los pájaros para hacerme canciones aullido perfecto para armonizar la lírica que grita extasiada los compases de tu nombre para rescatar tus bondades para acomodarme adentro en los remiendos de tu renacimiento. Quiero ser molino recuperarme con los vientos de tu hegemonía purificarme morir en la balacera de tus caricias abrir el grito de mis alegrias y que despierten mis mañanas dormidas. Te pienso te sueño y solo se me ocurre amarte. D.Lope
pareceres Pudo haber sido pero no fue fue lo que pudo yo creí que era un suspiro pero fue un soplo perdido me pareció nada y fue poco. Nada es lo que parece a veces la cuna se mece con las manos del terror a veces termina siendo lo que pareció que iba a ser cómo puede ser que la lluvia no pare si siempre que llovió paró creí que las gotas jugaban a la rayuela con las hojas pero no bajan como si nada solo se caen solo me pareció. A veces la esquina no dobla pero me metí a una casa a mitad de cuadra pensando en vos creí estar enamorado pero a veces engaña no es amor es solo que a veces parece que fuera. Lo que pasa es que casi siempre parece ser lo que es pero a veces no termina siendo lo que pareció.