sábado, 23 de marzo de 2013

Café con el aroma de las horas y la mesa en el aire donde al primer hervor los vivos y los muertos levitemos. Amable duende que nos sigue por el mundo con densas vaharadas. Café natal, sentimental, ¿qué pruebo en su sabor, qué bebo? –A grandes sorbos bebo tiempo, bebo mi vida gota a gota, la que he perdido y vuelve, la que queda humeante aún ante mis ojos, esperándome. Café del alba, amargo, recién hecho, que nos trae a la cama algún canto remoto del gallo. Café de las ciudades fugaces, imprevistas, que sabe a las voces de su gente, al rumor de sus ríos imaginarios. El café gris de las estatuas en la lluvia, tan frío en su boca de mármol. El café azul del pájaro, el verde inmenso de los soleados platanales y el café de los ausentes, dormido en nuestra sangre. Sólo para avivar su aroma escribo a tientas al dictado del fuego. Sólo para servirlo siempre dejé oculta alguna taza que se beba entre líneas, detrás de mis palabras.

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