lunes, 10 de febrero de 2014

DISTANCIAS QUE SE ACORTAN

Saber que tan solo unos pocos kilómetros la separaban del lugar acordado acrecentó su nerviosismo, que a duras penas ya lograba contener aquella silenciosa pero cada vez más creciente excitación. “Y ¿si no está…? ¿Y si todo ha sido solo un juego?”, se preguntaba con insistencia cuanto más cercano estaba su objetivo. Ante ella apareció una señal –la señal- que le indicaba que la zona de descanso más próxima se encontraba a 500 metros; una cortina de fina lluvia la obligó a poner en marcha los limpiaparabrisas. El desvío se dibujó con precisión ante sus ojos, giró el volante a la derecha y se introdujo en aquella oscura boca. Faltaban minutos para las tres de la madrugada.
Apagó el motor del coche pero mantuvo las luces encendidas, mientras su mirada escudriñaba a su alrededor en busca del otro vehículo. A escasos metros de donde ella estaba pudo identificar su presencia, tal y como le había indicado él estaba allí, en el interior de un coche negro. Antes de abrir la puerta llenó de aire sus pulmones y salió, una vez fuera comprobó que él había hecho lo propio. La luz reinante en el lugar era escasa, pero, a medida que se acercaban el uno al otro, no le impidió adivinar unas facciones simétricas y firmes. El silencio era desplazado a ratos por el fugaz y vertiginoso paso de los escasos vehículos que circulaban a esas horas por la autopista, que quedaba a su izquierda. Sus pasos recortaban la distancia entre ambos. Ahora era el latido del corazón en su sien el único sonido que podía oír, desbocado y sin riendas a las que obedecer. Él se acercó en silencio y depositó un cálido e incitante beso en la comisura de sus labios; ella no supo responder, se limitó a capturar el turbador aroma que desprendía todo su cuerpo. Sin mediar palabra, apoyó el cuerpo de ella sobre el capó de su coche y comenzó a desnudarla sin remilgos. Mientras la lluvia se confundía con sus salivas y humedecía los cuerpos, él desabrochó con precisión los botones de su blusa, Ella se dejó hacer sin rechistar y, al tiempo que sus manos eran las herramientas de su mente, le despojo de su ropa. Sus bocas se buscaron y sus lenguas al encontraron con furia y pasión, navegando en un océano convulso y encrespado de exhalaciones y fluidos. Las manos de ambos eran bastón de ciego que abre caminos, tocando, buscando, encontrado. No cruzaron palabra alguna, el profundo y abismal deseo eran el único lenguaje que manaba de sus gargantas. El placer se podía palpar entre ellos, era espeso como la bruma y dulzón como el incienso; sabedores de la proximidad de su éxtasi… Ella se volvió de espaldas a él, apoyó las manos en el capó del coche e irguió desafiante sus resbaladizas caderas. Sus cuerpos quedaron uno encima del otro, húmedos por el placer y la lluvia, mientras que sus miradas, no se apartaron una de la otra y allí se quedaron. F.Lopez

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